¿Qué pasa con la fotografía hoy en día?

 

Durante siglos el ser humano ha buscado distintas formas para representar gráficamente la realidad intentando congelar un momento que perdurase en el tiempo. Durante muchos siglos fue la pintura el medio utilizado para reproducir la realidad de la forma más objetiva hasta que apareció la fotografía que inmediatamente desbancó y relevó a la pintura de esa tarea dad su capacidad de inmortalizar la realidad con una precisión inimaginable hasta entonces. La fotografía se convirtió en una herramienta de memoria, en la herramienta para preservar aquello que se quería recordar, haciendo del recuerdo algo imperecedero, imborrable al paso del tiempo. Esos tesoros de la memoria, las fotografías, se almacenaban de forma física, ya fuera en álbumes o cajas, para poder recurrir a ellas cuando fuera necesario, para revivir dichas momentos, momentos clave y relevantes para ser parte de la historia individual de cada uno.

 

En la última década los grandes avances tecnológicos han supuesto una tremenda evolución en la fotografía y su práctica. Durante mucho tiempo la fotografía estuvo sólo al alcance de los profesionales hasta la aparición de Kodak y su “usted apriete el botón, nosotros hacemos el resto”. Esta apertura al público general que empezó con Kodak ha supuesto una auténtica revolución  con la aparición de las cámaras digitales y los teléfonos móviles con cámaras  incorporadas que han conseguido que a día de hoy cada usuario disponga de su propio medio para la realización, manipulación, edición y distribución de las imágenes fotográficas. Gracias a la aparición de las redes sociales y la posibilidad de compartir las imágenes de forma inmediata, la fotografía pasa a ser una herramienta fundamentalmente de comunicación social, que una vez ha cumplido su propósito pierde su razón de ser como herramienta (que no como fin). Este cambio no es solo cuantitativo sino de destinos, supone la socialización de la memoria fotográfica en donde todo se comparte. Esta proliferación de imágenes nos ha convertido en agentes activos, pero, paradójicamente, esa multiplicación de imágenes no nos hace pensar de una manera proporcional. Esta saturación nos aturde, anestesia y embriaga, y nos convierte en objetos pasivos.
Instagram es a día de hoy un gran ejemplo de esta abundancia y saturación que logran enterrar a la fotografía bajo superficies infinitas de imágenes. La fotografía tiene un valor momentáneo, efímero, pero, ¿qué pasa luego con esas imágenes una vez cumplida su misión? Kevin Systron, CEO de Instagram, habla en una entrevista sobre la permanencia de la imagen por un margen de diez horas, pasado este tiempo una imagen desaparece (se pierde entre millones de fotos) en Instagram. Esta fugacidad de tiempo construye el punto clave para el nacimiento de este proyecto, 10 Hour Window. Durante las mismas diez horas de un día concreto, catorce alumnos del Máster de Fotografía y Diseño de la escola ELISAVA, Barcelona, recolectaron,  copiaron y guardaron la mayor cantidad de imágenes posibles, salvándolas de su desaparición, rescatándolas de un olvido inevitable, ya que, una vez en este libro, están a salvo de esa caducidad de las 10 horas. Esta finita cantidad de imágenes guardadas se han agrupado por hashtags, generando una superposición de imágenes que genera a su vez un sistema (in)finito de imágenes. Son imágenes (in)finitas, en un sistema (in)finito de ellas mismas.

 

En este sistema visual se genera una textura confusa, donde los pequeños detalles se vislumbran, pero al mismo tiempo todo se vuelve difuso y se difumina para caer, inevitablemente, en su propia desaparición. La imagen concreta se vuelve ambigua y confusa, ha servido a su objetivo y por eso es relevante, pero esa importancia no la salva de su (des)aparición. Este proyecto parte de una reflexión inicial sobre qué es la fotografía y cuál es su misión en la sociedad del siglo XXI. Quizás, esa misión no sea otra que la de su propia (des)aparición.

 

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