Desde sus comienzos, la fotografía no creció unida a unos orígenes míticos, a diferencia de la pintura o de la música, que desde siempre habían estado unidas a los diferentes géneros simbólicos y poéticos de la cultura universal.[1] Esta orfandad de la fotografía sucedía a pesar de sus implícitos parentescos formales con diferentes entidades mitológicas y relatos clásicos, entre ellos el del espejo de Narciso y el del relato de Orfeo, cuyas miradas incontrolables de héroe se perdían inevitablemente, una en el mismo reflejo del cristal del agua, y la otra en el rostro inerte y velado de Eurídice abrasada por la luz.